lunes, 13 de mayo de 2013

La Ausencia

Me sumo a la tarea de la tertulia de las terrazas y como prometí aquí está mi visión particular de "sentados en la terraza"


Desde la terraza de aquella casa ella veía pasar la vida del barrio. La misma gente, los mismos vecinos cada día; a veces alguien nuevo que no despertaba su curiosidad más allá de la frutería o la panadería de la calle de abajo, hasta dónde alcanzaba la vista .
Por allí va "el Chituris" se decía, y el "pobre León", el único indigente del barrio arrastrando su colchón de un lado a otro; la del "Moño", la "párroca", y esas chicas que parecen pastoras con esos pantalones de tela vaquera, pantalones, que ella, tan presumida, tan peripuesta, no hubiera llevado nunca, ni en sueños, si es que en su época hubieran estado de moda.
Todos los que iban y venían mantenían el mote que se habían ganado sólo por pasar a menudo bajo aquel balcón, y que bien señalaba sus características: La del "Moño" era bien fácil de precisar, "el Chituris" porque era flaco como un chistu, la "párroca" porque le cabía la suerte de ser la hermana del párroco. Otras veces el mote marcaba sutiles coincidencias difíciles de precisar, como el "pobre León", que sí que era pobre, se creía que por voluntad propia, pero ni se llamaba León ni tenía nada que ver con esta ciudad o con este animal.
Aquellas personas conservaban, sin saberlo, los apodos que les había puesto él, con aquél humor irónico del que siempre hizo gala. Se salvaban las "pastoras" que eran totalmente de la cosecha de ella y se podía aplicar indistintamente, de forma algo machista, a culaquier mujer que vistiera con vaqueros. No había "pastores" en aquella calle de barrio.
La terraza de aquel piso se había convertido en la butaca que daba al escenario de un mundo particular, pequeño y conocido. Desde que él murió sólo veía aquel espectáculo, sin participar, abiertos los ojos y cerrada el alma. Aquella balconada estaba marcada por la ausencia de su marido, falta de su presencia, huérfana del humo de los cigarros fumados a escondidas, vacía después de tantos años compartidos, uno a uno, día tras día.
Seguían pasando por allí los mismos personajes, continuaba cantando el periquito azul en su jaula, pero él ya no estaba y aunque la terraza permanecía abierta el corazón de ella se había cerrado con las puertas de la tristeza y ni siquiera el andar ligero de la del " Moño",  el deambular ahusado del "Chituris" , o las idas y venidas del "pobre León" podían arrancarle una sonrisa. Su corazón no volvería a abrirse.

4 comentarios:

  1. Es lo que tienen las aficiones compartidas, que en soledad dejan de tener sentido.
    Muy bonito, me ha recordado a un anciano que desde un balcón, acicalado como para ir de boda observaba la calle cada día.
    Hace dos años que veo el balcón cerrado, con un tendedero en el lugar en el que él se colocaba pero aún no he perdido la costumbre de mirar hacía arriba al pasar por allí.

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    1. Gracias Marga, a mi este relato me trae también muchos recuerdos de personas que ya no están.

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  2. ¡Vaya, Esther, yo creía que no se podía perder la esperanza! Seguramente los años cambian las creencias.

    Un abrazo.

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  3. La esperanza es lo último, primero se pierde el amor y luego la ilusión.

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