martes, 26 de febrero de 2013

El espíritu del chocolate

Ellos siempre acudían a la misma hora, cuando el sol comenzaba a teñir de rosa el horizonte por encima del lago, cuando los volcanes que lo formaban comenzaban a dejar entrever sus moles sumidas aún en sombras.
La llegada de aquel espíritu siempre le proporcionaba paz. Notó su presencia porque en la habitación, sumergida todavía en la oscuridad, se percibía una calma infinita, casi palpable. El espíritu se acomodó a su lado, sentándose en el lado libre de la cama, igual que hubiera hecho en vida. Rosa no se volvió, continuó en un duermevela agradable, sabía que el espíritu de su abuela había vuelto de nuevo aquel amanecer y se sentía feliz. La presencia duró sólo unos instantes, lo suficiente como para que se notara por unos momentos, sobre el  colchón, aquel peso carente de cuerpo.
Había otros, otros espíritus que llegaban a la misma hora, muchos amaneceres poblados de fantasmas que sólo dejaban tras sí sensaciones vagas de tristeza, de miedo, de frío y de ilusión perdida. Sólo el espíritu de su abuela le proporcionaba esa paz, como cuando estaba viva y todo a su alrededor irradiaba calma, igual que la superficie del lago en los días buenos de sol.
Había  intentado conjurar a los espíritus, se había sumado a los vecinos del pueblo cuando subían a rezar, como los antiguos, a Pascual Abaj, la piedra negra regada con cerveza y alcoholes, a la que se hacían ofrendas de comida y de huevos teñidos de colores que explotaban en un plof en cuanto se les arrojaba al fuego.
Había acudido a la iglesia del pueblo, con sus santitos vestidos con trajes de colores, a ofrecer velas, flores y plegarias, pero todo era en vano, los espíritus seguían acudiendo.
Salíó el sol esplendoroso por encima de los cráteres de los volcanes y la actividad volvió al lago en forma de barcas de pesca. Se levantó feliz, con la dicha de la aparición dentro del corazón, y se dirigió a la cocina para calentarse una buena taza de chocolate, el chocolate de hacer que compraba en el mercado del pueblo, envuelto en papel vegetal naranja. Las apariciciones de su abuela la hacían desear siempre una taza de chocolate.

sábado, 23 de febrero de 2013

La Caja de Música

Mientras os vais animando tertulianos, que ya os echo de menos en estas páginas virtuales, os dejo otro relatito.

Es inevitable, con el sonido de la música sienteo ganas de bailar, y salgo una y otra vez a moverme al compás melodioso de miles de campanitas que parecen caer en una cascada dulce y armoniosa, tan cristalina como el techo de espejo que decora mi salón de baile. Con la cabeza vuelta hacia arriba contemplo mi imagen de bailarina envuelta en tutús rosados. Me deslizo dejando que la música me invada por completo y dirija mis movimientos gráciles, y, allí está él, siempre me espera:
deja que complete una vuelta entera alrededor del diminuto taraceado del suelo, y después me tiende su mano con gesto estudiado. Por fin bailamos juntos los dos, amparando nuestros movimientos el uno en el otro, con gestos predecibles pero únicos, envueltos por la magia de la caja de música en la que bailamos ambos, cada vez que alguien abre su tapa.

martes, 19 de febrero de 2013

Incidencias fuera de ámbito

Sí, eso debe ser, las personas nos hemos convertido en incidencias fuera de ámbito. En simples daños colaterales, sin nombre, sin identidad.
Un número, o ni siquiera eso, entre millones. Por eso a nadie le importa.
Nos convertimos en algoritmos sin rostro. Así,que, qué más da: una persona más en paro, una mujer objeto de un amor descabellado, un adolescente que vive en el "todo vale" y termina asfixiado por la misma sociedad que le consintió todo, un emigrante que termina huyendo de sí mismo. Tantas víctimas, tanto sufrimiento y tanto dolor sin ente, sin historia, sin faz.
No existimos, no somos nada en un mundo en el que todo se convierte en una incidencia fuera de ámbito.
Esto es una prueba, porque veo que habeis hecho comentarios pero nadie ha publicado nada nuevo, y para estrernarlo pego esto que os leí el otro día.



Reciclar
Un hombre vil en una rata,
Una botella en la ventanilla de tu coche
Una sonrisa en un te quiero
Una latilla en una bici de montaña
Un poema en un deseo
La factura de la luz en una nota de amor
Una lágrima en un “lo siento”
Un brick en un boli azul
Un paseo en una promesa
El concho de la naranja en abono para el geranio
Un niño en un científico
Una bolsa en un adorno
Una vida en un recuerdo
Tu mirada en un hasta siempre
Tu poema en mi vida
Tu vida en mi poema
Tu en mi
Yo en ti

Se me va la pinza debería reciclarme.

un beso

lunes, 18 de febrero de 2013

Viajeros

El sonido de los tambores llena la noche cálida de Orcha. El antiguo palacio del maharajá oculta en la oscuridad las heridas del tiempo y desde sus terrazas, abiertas a las estrellas, ya no se ven los árboles del nem, donde comienza la selva en la que sólo se adentran los langures.
Nos invitan a la ceremonia, las mujeres sentadas en el suelo nos hacen hueco a su lado. El altar del señor Ram, la reencarnación de Vishnú, parece arder con el brillo de las velas. Nuestro corazón palpita al ritmo de los tambores en este rincón de la India.

enhorabuena blogeros

Hola a todos, encantada de encontrarnos en el mundo virtual a través de nuestro Caleidoscopio. le empezaremos cogiendo el truquillo a esto
Hola a todos. He recibido vuestra invitación y aquí estoy. En primer lugar os pido disculpas por no participar en la tertulia. Otras tareas me lo impiden. Pero leo vuestros correos e intento estar al tanto de lo que pasa.
Ultimamente no escribo pero sí he estado leyendo bastante. Os recomiendo El haiku de las palabras perdidas. Se que entre los tertulianos los hay que escriben haikus. Este libro es en realidad una novela en la que los haikus son los protagonistas. Un saludo. Ana Mayoral