miércoles, 17 de junio de 2015

A pasar el verano...

Me voy a pasar el verano...eso me ha dicho un amigo felizmente jubilado y enseguida he pensado que desde mis tiempos de estudiante no he "vuelto a pasar el verano", no. Ahora pasas unos días, un par de semanas si tienes suerte o bien puedes "escaparte" un fin de semana algo más largo de lo normal, pero esos veranos que se sucedían, día tras día, interminables, lánguidos, casi desde la mitad de junio hasta bien mediado septiembre han desaparecido de mi vida, por desgracia.
Aquellos veranos llegaban con el chillido de los vencejos, las pelusas níveas de los chopos y un calor incipiente que se volvía fresco al anochecer, casi como ahora, eso es cierto, pero los estíos de hoy carecen por completo de esa sensación de libertad, de días por delante, de tener tiempo de no hacer nada de nada. El verano venía indefectiblemente unido al fin del curso, al cuelgue de los libros del colegio que ya no iban a servir más y a la bajada entusiasta de mis libros de Enid Blyton. Sí, bajada de libros, así lo llamaba yo,  porque durante la época de exámenes mis queridos volúmenes reposaban en el altillo de un armario para evitar tentaciones. ¿Quién no quería leerse una aventura más de Los Cinco en lugar de preparar un ejercicio de matemáticas?.
Con el verano también desaparecían las medias hasta las rodillas y el pichi de tablas y los zapatos apretados y el despertador de la mañana. Y estaba el río, lleno de renacuajos, frío y oscuro en algunos recodos y sin embargo amigable. Se podía jugar allí con otros niños, bañarse con un poco de suerte si hacía suficiente calor y cazar mariposas, intentar coger ranas, correr si había una culebra (o no),  leer entre los árboles y comer perucos dulces y pegajosos comprados en la tienda de la esquina. Después venían los viajes al pueblo o las vacaciones con los primos en unas playas en las que aún se cabía, donde mi tío encontraba lugar para la sombrilla, las sillas, y la balsa...!ah¡ aquella balsa,  había que insuflar mucho para hincharla, pero después con unos pequeños soplidos diarios estaba lista para su uso y disfrute, solía durar un par de temporadas antes de pincharse y nos daba muchos motivos de diversión.
Aquellos veranos interminables se acababan también irremediablemente. Y qué se le va a hacer, aún los añoro. Echo de menos "pasar el verano", que el tiempo transcurra lento, que los días se sucedan sin alarmas ni zapatos apretados, pescar renacuajos y escuchar a los vencejos con la libertad y la inocencia de entonces, la del tiempo de aventuras de Los Cinco.